7 de octubre de 2014

La cinta rosa 3. El tratamiento. Round I

Curiosamente, a veces uno empieza a transitar el camino de la prevención durante el tratamiento de alguna enfermedad. Es lo que me pasó a mí.
"Tarde", dirás. Y buéh, sí. Pero una particularidad que tiene el cáncer es que siempre está amenazando con volver. Así que tarde para zafar, pero a tiempo de evitar las llamadas "recurrencias". (Sí, en plural. Podés tener varias recurrencias. Los yanquis tienen una especie de ránking nominativo del enfermo resiliente. Cuando hablan de vos en relación con la enfermedad te presentan como Fulano de Tal, sobreviviente de cáncer. O Sutano de Cual, dos veces sobreviviente de cáncer, tres veces sobreviviente de cáncer, cuatro, cinco y así).

Esta es la vista de una galería del hospital.



La planificación
Bueno, tenía claro que tenía que hacer quimioterapia. Pero acerca de eso, sólo sabía que me iba a quedar calva y que me iba a sentir como si me hubiera atropellado un camión.
Estas certezas me llevaron a tomar una decisión no tan meditada como sabia: me compré un televisor. Uno enorme. De esos que se conectan a la compu, a la tablet, a 1998 para un chat por msn.

El pecado
En el medio, dejaba de fumar y volvía a fumar según se acercara o alejara el resultado de la biopsia; según entendiera o dejara de entender lo que decía la biopsia. O comía a lo bestia.





La clínica
Era horrible. Las dos únicas plantas del hall estaban tratando de suicidarse. El techo era demasiado bajo (o lo parecía), había que esperar muchísimo para que te atiendan las secretarias y otro muchísimo extra para que te vea el médico. A todo esto, las secretarias estaban siempre como queriendo matar a alguien, pero nunca miraban a las plantas, que pedían por señas el tiro de gracia.

El médico no era horrible. Me cayó muy bien y me di cuenta de que era un tipo bastante tímido. Además de ser tímido, tenía una de esas caras que no envejecen. Entre la actitud y la cara, nos pareció (sí, éramos varios) que tendría alrededor de 16 años. O sea que al alcanzar la edad escolar entró en la Facultad de Medicina. "Este lugar no me gusta, ¿atendés en otro lado? Salas (el ginecólogo), por ejemplo, atiende en el centro y en un consultorio de Yerba Buena", le expliqué yo, como si el tipo tuviera efectivamente 16. Y como si no supiera que su amigo trabaja en dos consultorios. "En el hospital", dijo. Y allí fuimos.

El hospital
Fui a un par de consultas y empecé la famosa quimioterapia. Consiste, básicamente, en que te ponen una vía intravenosa y por ahí te pasan un montón de químicos peligrosos durante un rato. En mi experiencia, puede durar entre una y cinco horas. Pero las hay mucho más rápidas y muchísimo más lentas.
La "sala de quimioterapia" (antes de la remodelación) era un lugar de más o menos 2 metros por cinco, incluyendo el pequeño box de enfermería y un baño. Había cinco puestos o lugares para los pacientes: tres sillones especiales y dos sillas de plástico. Y un desparramo de buena onda. Había dos enfermeros a cargo: Helena y Adrián. Me mostraron cómo me ponían la vía, en qué momento la aguja que entró te deja de doler, me fueron contando qué drogas agregaban en las bolsas con suero y cómo me iba a sentir durante el tiempo que estuviera ahí.
Me explicaron qué y cómo tenía que comer, me recomendaron que me afeitara la cabeza, me dijeron que me cuidara del sol. Los otros pacientes conversaban y una catamarqueña de 74 años que llevaba diez de tratamiento hacía bromas acerca de la calvicie de cuerpo entero. Helena y Adrián manejaban la conversación: cuando se ponía densa, tirando a deprimente o quejosa, cambiaban de tema. A medida que pasaban las horas, se desocupaba una silla o un sillón y entraba alguien más. Uno que otro pedía una frazadita, se tapaba y se dormía.

Lo que aprendí
1. Tu elección es importante. En general, no te dan muchas opciones de tratamiento (hay cirugía, radiación y quimioterapia). Pero sí podés elegir tu médico y el lugar. Tenés que sentirte completamente asistida, sentirte en proceso de recuperación. Si para vos es importante un ambiente de buena onda, asegurate de que tu tratamiento sea ahí. Si te importa poco la compañía y preferís un sitio cómodo, con tv por cable y sillones de dos plazas, asegurate de que tu tratamiento sea en ese sitio. No hace falta ser Donald Trump para acceder a una quimio de lujo. La Maternidad y el Centro de Salud tienen salas espectaculares.

2. La prevención empieza ya. Yo nunca le había prestado atención a mi hígado más que para medir su grado de tolerancia al alcohol y a las empanadas fritas. Nunca le había prestado atención a mis riñones más que para medir su grado de tolerancia al alcohol. Y me vine a enterar de que estos órganos iban a sufrir mucho con la quimioterapia. Me avisaron que tenía que cuidarlos, no darles trabajo extra, que su único trabajo pesado tenía que ser filtrar las drogas.
Me vine a enterar de que cuando tenés cáncer, lo más probable es que hayas estado expuesta (voluntaria o incoluntariamente) a más sustancias tóxicas de las que tu cuerpo pudo eliminar. Al tiempo que me intoxicaba con remedios, empecé a luchar contra mis malos hábitos de alimentación.

3. A mover el culo. Mientras yo andaba de yóguin y zapatillas por el mundo, con una banana en la mano, las hermanitas Dieta y Gimnasia se reían de mí a carcajadas. Yo había sido traicionada por mi positivismo a ultranza y por sus hijas Alopatía y Farmacología. Estaba enferma y en la situación paradójica de tener que tomar acciones preventivas durante la enfermedad. Acciones que, hasta entonces, me habían parecido pavadas new age, como "mantener una actitud positiva", cuidar lo que comía, hacer actividad física diariamente.

4. Lo que te llevó diez años romper no se arregla en diez meses. Embalada como estaba en cambiar de vida, empecé y abandoné dietas varias (sólo era consistente en no comer frituras ni nada con tenor graso por encima de 20% y en no consumir nada de alcohol). Pude salir a caminar todos los días durante un tiempo (mi padre me buscaba todos los días a las 8), pero a medida que avanzaban las aplicaciones de quimio se me hacía cada vez más difícil moverme.
Al día de hoy, sigo sosteniendo cambios importantes con respecto a mi salud, pero me toma al menos un mes incorporar cada hábito nuevo. Y salir de un mal hábito me lleva mucho, mucho más que eso. A dos años de haber empezado el proceso, recién estoy aprendiendo a darle a cada cosa su tiempo.

5. Desintoxicar la cabeza. Mucho tiempo después de haber terminado el tratamiento empecé terapia con una psicóloga y yoga. Hata yoga. En ese tiempo me di cuenta de que así como me había intoxicado el cuerpo, me había intoxicado la cabeza. Me di cuenta de que meditar (o intentar hacerlo) diez minutos al día era como sacar la basura del cerebro. Me di cuenta de que la "actitud positiva" que había mantenido durante los procedimientos médicos en muchos casos había sido simplemente férreo autocontrol; sentido del deber; egomanía y sueño, mucho sueño.

Tengo mucho más para decir acerca de mi tele, que es lo más interesante de todo esto. Pero el post se hizo largo. Hasta mañana.


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